Según todos los historiadores, los primeros signos de presencia humana afincada en el actual pueblo datan de la Edad Media, aunque existen vestigios neolíticos, prerromanos y romanos. También quedan restos arquitectónicos de la época musulmana y se han hallado monedas de cobre de la población judía.
Durante la Guerra Civil, El Molar, constituyó una importante retaguardia en el dispositivo defensivo de la República. Sufrió muchos daños durante los bombardeos y vio reducida su población.
Fue ocupada por las tropas franquistas en 1939.
En la actualidad, combina el ambiente rural y la ganadería con los visitantes de fin de semana, que llegan prestos para disfrutar de los bellos paisajes y de la gastronomía típica de la zona. Ya lo dice un dicho de Madrid "De El Molar, el buen yantar."
El pasado mes de abril visité su cementerio. Ya tenía referencias de él de otras visitas mías a El Molar, pero que no me permitieron disponer del tiempo suficiente para una estancia en el recinto funerario como es debido, o como yo deseo hacerlo.
Llego andando hasta el cementerio. Es rectangular y parece proyectar sobre sus contornos una gran calma. Según me voy acercando, veo la zona que lo rodea desértica. No se ve a nadie. Todo tiene un aire abatido y desangelado, como un espectáculo sin espectadores. Pero la paz que presiento que se debe respirar en su interior, el profundo silencio y la inmovilidad profunda de las cosas que me voy a encontrar, me produce una invasión y exaltación de reacciones en las entrañas de mi interior, aunque imperceptibles por la lentitud en que se me irán manifestando.
Tengo más de tres horas para visitarlo exhaustivamente. Abro la puerta y emprendo el camino.....
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El cementerio me recibe sin la presencia de absolutamente nadie. Al principio lo he encontrado extraño. Después, agradabilísimo.
Los árboles se elevan sobre la perspectiva, pero todo es indiferente a todo.
La llegada a un nuevo cementerio me produce una innegable sensación de dulce paz. Estas sensaciones aparecen suspendidas en un silencio que extasía. Ahora puedo constatar que este silencio es uno de los encantos del cementerio.
Este sosiego, este silencio, es quizá la mejor calma que puede haber en este país tan agitado. Pero contrasto que nadie lo aprovecha. No se ve a nadie ni por dentro ni por fuera.
El viento ha hecho caer las hojas de los árboles y el fuerte frío de hoy parece que hace aumentar los peores recuerdos. Cada día estoy más convencido que lo que tiene más peso en la vida humana puede ser la meteorología, es decir, la inseguridad permanente.
A pesar de estar en abril, el efecto de las bajas temperaturas le dan un aspecto de pánico. Los árboles habrán sufrido mucho este invierno...
En este cementerio, a medida que van pasando las horas me siento cada vez mejor. Como no hay nada ni nadie que me moleste, me siento libre.
Paso la mañana mirando el panorama de una manera deliciosa, pacífica, pausada y solitaria. La soledad es mi mejor compañía.
Esta parte más antigua parece presentar un cierto aspecto de fatiga. Aquí, la única distracción posible es la soledad.
Todo tiene un aspecto muy serio, de pintoresco tiene bien poco. Me hace el efecto que todo el mundo se toma las cosas de manera muy dramática...
Tal vez, sería ahora el momento de hacer una descripción poética del cementerio. Pero, ¿cómo me sería posible hacerla si no me inspira nada?. El fuerte viento y el frío, cubren con su monótona tristeza todos los recodos del camposanto y me es imposible describir nada. Por un momento me siento defraudado con mis musas y me las quedo mirando con la cara de estar esperando que me devuelvan el dinero.
Esta parte del cementerio es la que más me gusta, tiene un poco más de calor, color y carácter.
Aquí, en esta parte del cementerio sopla un fuerte viento y hace que algunas sepulturas puedan tener un aspecto más pobre y desamparado, aunque sea gente rica los que las habiten.
Mis pensamientos, pero, se los lleva el aire sobre el azul del cielo...
Aquí estoy un buen rato. Después de andar por él, al fin encuentro un lugar en el que el sosiego, la templanza y la paz, se adueñan de mis maltrechos desequilibrios y acomodan mis pensamientos. La mañana me pasa volando y pronto me llegará la hora de salir y de ir despidiéndome. Y estos pensamientos me incomodan y deprimen.
Personalmente, las capillas que hay en los cementerios me producen un poco de insatisfacción extraña. Seguramente es por la causa de mi falta de conocimiento, claro, y mi falta de imaginación es lamentable. Este estado letárgico de mi espíritu cuando estoy delante, es debido a que las veo tan bien organizadas, tan bien ordenadas y casi podría añadir que incluso tan bien catalogadas, que para mi, no me producen ningún interés.
El cementerio sería más bonito si no fuese por la gente que no entra.
El cementerio está completamente en soledad. Y el fuerte viento es tan excesivo que hasta parece que el recinto se va encogiendo.
Me siento bien, como embobado, mi pobre espíritu tiende a huir del tiempo y del espacio. Qué delicia!!!
Pisar la tierra por estas calles sin asfalto me produce mejores sensaciones y noto que me corre un ligero escalofrío por el espinazo, quizás para avisarme de lo efímero y transitorio de los goces terrenales.
Todo está en orden y bien alineado.
Subo a la parte más alta. Se divisan a lo lejos las casas de los vivos de El Molar. Poco a poco, el viento va alejando las nubes, lo que me permite ver en la distancia a la población.
Aquí tengo la sorpresa de descubrir la parte nueva del cementerio con la construcción de nuevos nichos.
Estos nichos, de confort tan visible, no acaban de apasionarme, tienen una cierta monotonía. Visto uno, vistos todos. Y se me hace presente mi poco interés.
Aquí paso una buena parte de la mañana sentado en este banco. Tomo unas cuantas notas que bien me han de servir para la confección de esta entrada.
Me voy con la sensación de que aquí, en este cementerio, lo que los muertos quieren es vivir. Vivir en esta admirable calma. Qué delicia y qué tristeza!!!Bueno, una gran mañana de domingo. Un buen paseo por el cementerio de El Molar que me ha reconfortado.
Y ya de vuelta, en el camino, giro la cabeza un momento y lo veo alejarse poco a poco. Lo dejo con la única compañía del viento, el frío y su soledad.
Luego, voy pensando en lo que he vivido aquí y siento, indudablemente, la marcha de mi corazón.
Todas las fotografías de esta entrada son propiedad de Emetorr1714.
Y si clicáis encima de ellas las veréis ampliadas.